Algunas dificultades del 2022 que se trasladan al 2023 en el sector porcino

El nuevo año arrastra las consecuencias de la sequía que aún continúa, el avance de las importaciones de cerdos y el cierre de granjas, por lo que a pesar del creciente consumo interno hace pensar en la necesidad de medidas económicas y una modernización de los modelos productivos.


Fotos: José M. Dodds

En el primer semestre de 2022 las importaciones de cortes de cerdo llegaron no solo para abastecer a la industria de chacinados, sino a las carnicerías y supermercados, desnaturalizando la media res producida en Argentina, y los precios como consecuencia de esto se mantuvieron por debajo de la rentabilidad de una granja promedio. Las importaciones registraron en los primeros 11 meses un aumento interanual del 7.4% y una caída de las exportaciones del 71%. A partir del segundo semestre hubo una mejora sustancial de precios en gran medida por la disminución de las importaciones, que si bien no se frenaron totalmente pasaron a niveles algo más razonables.

Cuando la rentabilidad mejoró se produjo el efecto “dólar soja 1” que impactó fuertemente en el costo de la alimentación, aumentando el costo total en un 9% y con esto se vuelve a licuar la rentabilidad, total o parcialmente según las eficiencias de las granjas. Pero este dólar soja trajo efectos colaterales. Cualquier productor de maíz, con toda lógica, prefirió vender su soja y retener el maíz, por lo que se resintió parcialmente la oferta del mismo, encareciendo los costos en otro eje importante de la alimentación porcina.

Las consecuencias fueron comunicadas por la “Federación Porcina Argentina” a las autoridades correspondientes, quienes tomaron debida cuenta de los efectos colaterales de la medida y anunciaron junto con el “dólar soja 2” medidas de “compensación” para contener estos efectos no deseados. Esta compensación si bien plausible, no es suficiente para contener el impacto negativo de políticas macroeconómicas sobre las producciones intensivas, sean cerdos, pollos, ponedoras o feedlot.

El último trimestre del 2022 trajo un nuevo estrés a la producción. Por las licencias no automáticas a las importaciones, el ingreso de vitaminas y otros componentes de las dietas se restringieron en tal medida que los stocks de seguridad se empezaron a consumir, pasando las existencias de núcleos alimenticios a una existencia crítica y al cierre del año 2022 a faltantes de productos esenciales. También se restringió la introducción de reproductores. La continuidad de estas limitaciones traerá consecuencias adversas en la producción.

Las granjas más tecnificadas donde la genética, la sanidad, la alimentación, el bienestar animal; en definitiva, donde se han incorporado las mejores prácticas productivas, lo han podido sortear con mayor o menor dificultad. Pero aquellos productores que están en etapa evolutiva hacia las mejores prácticas no tuvieron la misma suerte.

La secretaría de Agricultura Ganadería y Pesca de La Nación registra en su informe preliminar del mes de noviembre del 2022, el cierre del 3,5% unidades productivas, esto significa que oficialmente se reconoce el cierre de 3.578 granjas.

A pesar de esto, el stock en todas las categorías se mantiene en alza en un 2,4%. También se mantuvo en alza la producción en un 4,1% y el consumo per cápita aumentando un 7%. Todo esto comparando enero a noviembre de 2022 vs 2021.

Sin lugar a duda, la carne de cerdo no ha sido un dolor de cabeza para la economía de los argentinos. El valor del capón aumentó en 2022 el 71%, mientras que la inflación 94.8%, existiendo una diferencia entre ambos del 23.8%. Está claro que el cierre de granjas y la nula o escasa rentabilidad se explican por los costos, que según fuentes privadas aumentaron en el 2022 un 99%. Es muy difícil mantener una producción sustentable con una diferencia anual entre el costo productivo y el precio del producto del 28%.

Desde la Federación Porcina Argentina, como continuadora de la AAPP (Asociación Argentina de Productores Porcinos), cuyos socios son las Cámaras de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe y las asociaciones no territoriales Gitep y Pormag, estamos en continuo contacto con las autoridades correspondientes para evitar que las medidas macroeconómicas tengan efectos no deseados en la producción y su impacto negativo en las fuentes de trabajo y en la cadena productiva general.

Enfrentamos un 2023 con importantes desafíos

En primer lugar, las importaciones: con la restricción de nutrientes esenciales para la dieta de los animales, la restricción al ingreso de genética para mantener la ganancia, la restricción para el equipamiento de nuevas granjas, se espera una incorporación de 15.000 cerdas productivas en el 2023 y las importaciones de equipamientos para nuevas industrias frigoríficas. ¿Acaso todo estos efectos adversos no impactan en la mesa de los argentinos? ¿Acaso no restringen las fuentes de trabajo que tiene la increíble característica de ser federal?

En segundo lugar, enfrentamos una sequía muy severa. La más importante de los últimos 30 años, donde está claro que el productor que perdió su maíz perdió cerca de 1.800 u$d/ha, o más. Ya se estima que el área sembrada es menor a lo esperado en 1,3 millones de hectáreas y el estado de los cultivos en muchas regiones es regular, malo o muy malo. Esto significa que la existencia de maíz a futuro se verá comprometida y se esperan baches en las existencias para finales del primer trimestre e inicios del segundo trimestre.

Es hora de pensar desde el gobierno, en créditos blandos para otorgar a la producción capital de trabajo. Es hora de pensar en bajar las retenciones a la exportación de cerdos que cayó el 71% interanual. Es hora de mirar al mundo y compararnos, por ejemplo, con Brasil donde el valor del cerdo en pie es 1,23 u$d y el de Argentina 1,75 u$d.

Internamente tenemos que pensar en nuevos modelos productivos donde la asociatividad entre granjas puede ser una alternativa para viabilizar una producción comprometida por muchos frentes y defender los avances tecnológicos.



Compartir:

Post Relacionados